sábado, 28 de julio de 2012
IMÁGENES DE "LAS RUTAS DEL NORTE". CANDÁS. ASTURIAS.
"LAS RUTAS DEL NORTE". CENTRO DE ESCULTURA," MUSEO ANTÓN", CANDÁS, ASTURIAS. PLAZA DEL CUETO S/N. HASTA EL 2 DE SEPTIEMBRE DE 2012.
domingo, 1 de julio de 2012
"SINFONÍAS EN DO MAYOR". María Luisa Alonso
SINFONÍAS EN
DO MAYOR
“La escultura no es una forma
física que llena
el espacio, sino una fuente de
energía, de vibración
que emana de las cosas
expandiéndose en el espacio”
(William Blake)
Hace años que
conozco a Fernando; y más años aún que voy siguiendo la evolución de sus obras,
saltando incesantemente de una línea expresiva a otra, de un impulso creativo a
un trabajoso desarrollo, de un vivaz pensamiento a la rotundidad imponente de
las formas…Y siempre me resultaba fácil, allí donde me encontraba con alguna
escultura suya, reconocer la mano y el ánimo de su autor. Como si llevaran
inscritas las señas de quién cuenta con su propio lenguaje…De lejos, en las
ferias, en las salas, en algún que otro jardín, me decía:”eso es de Fernando
Suárez”.
Siempre admiré la
maestría con la que trabajaba el acero y esa capacidad para jugar con un
material de corazón duro hasta convertirlo en definidos volúmenes que brincaban
el espacio…Esos cuerpos, tan quietos y estructurados, engañan mucho en su
quietud porque son puro movimiento, vibrante y expansivo…Y engañan, sobre todo,
porque el espacio más importante no es el que ocupan, el que marcan donde
acaban sus límites, sino el que sugieren.
Suspendidas en el
aire, sumergidas o marcando direcciones hacia no se sabe donde, estas figuras
ensanchan el espacio hasta describir un territorio vacío donde sucede la
verdadera acción: la que incita la imaginación de los que contemplamos la
imagen como si de una escena se tratase. Una escena incompleta que debemos
terminar. Nos convierte, por arte de birlibirloque, en creadores del resto del
escenario.
Viniendo como vienen
de la corriente clásica de la escultura humanista, adquieren, sin embargo, un
carácter moderno y personal al otorgar al espacio vacío de un valor plástico
tan potente como el propio del acero…Y esos “caprichos ordenados” en resinas
transparentes que hacen jugar la percepción de los ojos como un baile de
espejos sin dejar de descubrir múltiples posibilidades…Incluso el sonido…El
sonido y sobre todo el ritmo.
Este contraste
permanente entre la ligereza del movimiento y la densa monumentalidad del
material aporta ritmo y medida. Resuena como una sinfonía en tono grave y
poético a la vez…
Como no era mi
intención encuadrar la obra de Fernando Suárez en corriente artística alguna
–creo que ya esta hecho- ni tampoco escribir una apología, explicativa y
generosa, de las cualidades técnicas y plásticas en clave académica –que
también esta hecho- y, con ello, redundar en aspectos que saltan a la vista, no
voy a hacerlo. Aunque, posiblemente, algún que otro fleco se me habrá escapado.
No. Lo que yo quiero
es imaginar… Dotar de vida color y sonido esos espacios vacíos…Que otros ojos,
que no son los míos, puedan mirar y percibir de esas múltiples formas con que
se pueden abordar muchas obras de arte.
¡Imaginemos! Pero
con la seriedad con la que imaginan los niños…Con la misma capacidad lúdica y
dramática con la que se montan los escenarios teatrales…Y…si cierro los
ojos…así me imagino yo la obra de Fernando. ¡como un gigantesco escenario
teatral! Con sus “actores” (acróbatas, atletas, guerreros, astronautas…su
“atrezzo” (coches estrellados en el muro, helicópteros, artefactos voladores,
restos rescatados de un naufragio…), sus “decorados” ( palafitos de lugares
lejanos, cabañas orientales, naves del fantasma industrial, ciudades
flotantes…y, hasta un zoológico particular), con sus “luces y sombras” y su
“música de fondo”…porque aquí el silencio suena y el hierro se vuelve
vibrante…Y todo vestido de oscuro y en pátina de acero…
Desde aquí, podemos
imaginar todos los argumentos posibles, todos los diálogos escritos o por
escribir, todas las escenas a desarrollar y todos los ritmos a elegir…Así de
variables pueden ser las combinaciones y las posibilidades plásticas y
dramáticas.
Si, como decía Lope
de Vega, teatro es “dos actores, una manta y una pasión”, tenemos los
ingredientes en cantidad generosa, sobre todo la pasión.
Y a nosotros, los
espectadores, nos corresponde poner el broche que toda obra necesita para terminarse. Porque, al final,
ninguna obra de arte podría ser del todo sin la contemplación, comprensión y
reconocimiento de los verdaderos destinatarios : “nosotros” los espectadores…
Mª Luisa Alonso
REAL , POSIBLE , VISIBLE. Oscar Alonso Molina.
REAL,
POSIBLE, VISIBLE
[La imagen olímpica de la
distopía en la escultura de Fernando Suárez]
ÓSCAR ALONSO MOLINA
- Me parece un sueño
utópico...
-
Los sueños ya no son sueños.
Villiers de L’Isle- Adam
-La Eva Futura-
Como caído del ideario de un
programa vanguardista, el lenguaje del cómic, cuyo desarrollo se mantiene
paradójicamente en paralelo a la de la historia oficial de las revoluciones
estéticas del pasado siglo, incluso del anterior, se ha caracterizado desde su
configuración y hasta sus formas actuales por una singular relación de lo real
con lo posible, y de ambos, a su vez, con lo visible. Bastaría con recordar,
por ejemplo, aquella deliciosa sección habitual del edificio del número 13 de
la rúe del Percebe, donde por arte de magia el lector no sólo era capaz de
acceder al interior doméstico de su disparato vecindario, sino hacerlo, además,
de manera sincrónica y combinada, algo que hubiera hecho las delicias de
Georges Perec en su La vida:
instrucciones de uso. Con semejante corte impecable y definitivo, para
nuestra sorpresa no percibido siquiera por los propios inquilinos (no había
metalenguaje), se da cuenta en buena medida de cómo opera en su totalidad el
cómic en cuanto lenguaje visual completo, cuando toma como referente básico la
vida humana para trasportarla a un mundo límite donde ésta pierde sus formas
habituales y los parámetros en que puede interpretarse. Como en aquella
comunidad de vecinos, contada a saltos y por parcelas, pero sin embargo entera
y firmemente cohesionada por un marco de lectura fijo, parcelado él mismo,
simultáneo, el cómic permite acercarse al espectador a lo visible a cambio de
ponerle al borde de un abismo imaginal, una suerte de cesura con las fuertes
convenciones de nuestra relación simbólica con lo real. Para su operatividad,
pues, la idea de matriz como articulación de discontinuidades resulta
fundamental.
Los cuerpos escultóricos,
los ingenios y escenarios pergeñados por Fernando Suárez que aquí podemos
contemplar le deben gran parte de sus energías a esa amalgama de lo real-irreal
(el hombre, el mundo de la fantasía, la fantaciencia, las distopías futuristas),
con lo posible-imposible (lo biónico, el cyborg,
el replicante, el mutante). Ante nuestros ojos, cuanto podemos ver de ese mundo
apocalíptico y raramente tecnificado que él plantea, es, a un tiempo, esquema y
síntesis; al cabo, incluso podría decirse que una nueva forma de hilvanar lo
inconexo, lo que está y no está a un mismo tiempo, con la fuerza pegajosa de lo
estético.
En el universo de la viñeta
al que su poética hace constantes referencias, elípticas o no, estos cuerpos de
Fernando Suárez muy probablemente se alargarían y alargarían sin fin,
deformándose con toda tranquilidad; o explotarían finalmente, al tiempo que
podrían ir dejando tras de sí partes descoyuntadas de su anatomía sin perjuicio
de la viabilidad del conjunto. La lógica interna del cómic es así. Allí, con
toda probabilidad, podemos imaginar alrededor suyo las ondas expansivas, de
choque, o del movimiento de toda esa actividad plástica incesante, de un mundo
ultra-dinámico, mientras leemos las onomatopeyas del zumbido, el rugido, el chirriar,
el craquelado de los enseres y los seres. Estos cuerpos suyos, digo, encarnados
en esculturas a base de pletinas de chapa y restos industriales, transforman
todo el repertorio sintáctico de su origen gráfico a la búsqueda siempre de un
momento pregnante, ese instante decisivo y más elocuente donde el pasado y el
futuro se equilibran de manera prodigiosa, cristalizando a su alrededor la
mayor densidad significativa.
Un pasado y un futuro que se
refiere tanto al tiempo histórico (con esa mezcla de eras y civilizaciones tan
del gusto de nuestro artista), y al de la acción misma que acometen los
personajes que protagonizan sus trabajos (suspendidos en su vuelo, al despegar
o poner el pie en tierra; en el momento culminante del asalto, de cobrarse una
pieza, de descarrilar, atacar, golpear, caer, descolgarse…). Así, la caza del
hombre primitivo, el dominio de la naturaleza hostil, la supervivencia, la
guerra cuerpo a cuerpo, se dan la mano con una retro-tecnología que nos
recuerda la visión tenebrosa de nuestra propia civilización en Blade Runner, el
cyberpunk, o sagas como las del recientemente fallecido Moebius, Mad Max, etcétera, donde el obrero es a la
vez guerrero o cowboy, el técnico cualificado un luchador, un contorsionista,
un atleta o un acróbata.
El predomino del gesto
heroico del ser humano en lucha con un contexto hostil e indefinido a nivel
epocal se da la mano también con el gusto de Suárez por presentar con
neutralidad escenarios diversos que dan cuenta de la actividad constructora de
la especie. Edificios que se levantan o destruidos, puentes y embarcaciones,
palafitos y favelas, aeronaves (tanto espaciales como propias del nacimiento de
la era de la aviación, o sencillamente inventadas mezclando ambos tiempos y
añadiendo otros futuribles), plataformas petrolíferas, grúas y poleas,
maquinaria… Pero justo allí donde el escultor prescinde de la figura humana sus
comentarios se contienen hasta la enunciación casi objetiva (y cuando predomina
el sesgo fantástico allí, además, éste no aparece teñido de moralidad ni
épica), sin distorsiones. El caso de alguna de sus mejores piezas, donde se
tienta la dimensión instalativa, como en su Frontera,
supone en este sentido la contraimagen de ese edificio abierto en la calle
Percebe que comentábamos: el perímetro edificado de reminiscencia carcelaria
es, como indica su título, pura exterioridad -la escultura misma-, cuyo patio o
superficie delimitida interior puede adoptar una forma u otra dependiendo de
las condiciones expositivas, presentándose como un emblema que excluye –por
dimensiones, por su propia configuración, por su escala que supera la maqueta o
el juguete pero impide todavía ostentosamente la ocupación- a quien la
contempla de manera ambigua. La cárcel, el campo de concentración a que remite
este cerco firmemente custodiado es un lugar paradójicamente abierto a la
interpretación por lo inestable de su accesibilidad (no como en el edificio de
tebeo que nos ocupa, donde el sentido no se presta apenas a ambigüedades por su
cristalina diafanidad).
Por otro lado, donde la
tecnología puntera se amalgama con la herrumbre y la tornillería, donde no
existe solución de continuidad entre el humano y el humanoide, otros autores ya
han experimentado con el vértigo de imaginar el pasado desde un futuro al que
todavía no hemos accedido (como la escultora de origen sirio Diana Al-Haddid y
otros retro-futuristas), o incluso el mismo presente desde los ojos de los
no-muertos, del porvenir (Speer, con su “teoría del valor como ruina”,
diseñando los edificios del Tercer Reich en función al aspecto que ofrecerán
sus escombros para civilizaciones que superarían al propio imperio milenario
que con ellas se forjaba y al que daban pública y visible manifestación
formal).
Pero la humanidad en manos
de Ferando Suárez es más inquietante y más divertida que el presente; ofrece un
rostro con vertiginosos saltos atrás en los hábitos, la técnica y la
tecnología, mientras sueña combinaciones asombrosas de fusión entre el hombre y
la máquina, de la vida orgánica con la animal, de los estilos y de las culturas
más distantes en el espacio y el tiempo. Pero su visión sobre lo posible y lo
real es, más allá del aspecto lúdico innegable que ofrece, diríase también una
reflexión sobre los límites actuales de nuestra capacidad de progreso y
crecimiento, al anunciarnos el regreso del vigor y la virilidad con la
vehemencia de lo arcano. Desde los materiales que emplea a las acciones que
recrea, su trabajo habla de ello, sin olvidar que en sus escenarios no hay
lugar apenas para la lírica tradicional (en este sentido se distancia de otro
escultor con el que entra inesperadamente en contacto aquí y allá, Curro
Ulzurrum): todo entre sus manos adquiere la fuerza que el herrero insufla a sus
creaciones; un herrero que, como su mítico progenitor, Hefesos, en la fragua
conquista a martillazos la forma como destino de las ideas.
La muerte es, sí, el
discreto acompañante de todo este tumultuoso, vehemente y yo diría que un tanto
furioso repertorio de héroes, atletas y soldados que se desenvuelven violentamente
a puñetazos, utilizando toda la habilidad y el coraje que no es difícil
sospechar entre sus músculos de hierro. Es algo que se delata sobre todo en el
riesgo y la violencia que destila todo el repertorio iconográfico más caro al
artista, y que yo pondría en relación con la violencia latente, hierática, y
volcada sobre la infancia, de Gerhard Dementz, donde los cuerpos de los niños
aparecen siempre compuestos también de una taracea visible y soportando una
tensión –en este caso psicológica- terrible. Pero con Fernando Suárez aparece
una y otra vez el hombre adulto, maduro, fuerte, en pleno dominio de sus
capacidades físicas y puesto a prueba al límite de sus fuerzas, quizá como
trasunto incluso de la propia tarea del escultor en su taller…
Junto a ello, cabe destacar el
rigor constructivo de cada una de las partes en todas las piezas, sobre todo en
las más complejas o articuladas, y en especial en las de mayor ambición
estructural, como las de los conjuntos de juncos del Índico o las infraviviendas
de Brasil, por poner un par de ejemplos especialmente brillantes. Pero, con
frecuencia, es ese mismo control de la forma a partir de la más estricta
ordenación interna de las partes que la configuran lo que hace de la escultura
de Fernando Suárez algo tan convincente a nivel formal, físico, tangible. Donde
se añade el gesto y el movimiento agitando a este riguroso armazón rápidamente
todo se vuelve más grácil, incluso yo diría que un poco más fácil. Es donde el
aplomo y la gravidez (que no pesantez) marcan las pautas de lo enunciado donde
la dicción del artista nos ofrece sus más logrados resultados, aunque también
en alguna ocasión un estatismo algo inerte y sin consecuencias. Quizá porque
imaginar esa utopía de pesadilla a que a menudo nos conduce tiene como
consecuencia inevitable casi la parálisis, y necesitamos ver pulular por allí
algo de vida, vida vivísima en su caso, por rara e improbable que ésta sea,
para no terminar por cerrar los ojos y pensar que todo ha terminado. Lo
posible, junto a lo visible, insisto, son en última instancia los materiales
-no menos pesados que el propio hierro- que se trae entre manos Fernando Suárez
para construir una realidad alterada, rarificada pero innegablemente sugerente
y a la que podríamos no tardar mucho en llegar. Él ya lo ha hecho.
Ó.A.M. [Madrid,
abril de 2012]
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